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EL ÚLTIMO SUSPIRO

  • Foto del escritor: Janeth Quintero
    Janeth Quintero
  • 10 jul 2018
  • 3 Min. de lectura

Janeth Quintero




Esa mañana, como la de cada domingo, Luisa promulgaba las plegarias con su familia frente a la lápida de su hermana, quien había muerto tres años atrás. La joven con aspecto desganado, tenía la mirada perdida en el interior de sus pensamientos. Hacía mucho tiempo que ella veía sin sentido el hecho de seguir esa rutina cada semana. Consideraba que el rendir honor y recuerdos a los simples restos humanos, era algo estúpido.

Luisa era una joven hermosa, delgada, de media cabellera negra y tupida, ojos grandes y profundos, labios delgados y rosados; su piel aperlada, era perfecta, pero en los últimos meses había tomado un tono un tanto pálido, y sus ojos… bueno sus ojos se veían cada vez más cansados y tristes; las sombras oscuras que crecían bajo las pestañas inferiores, tomaban cada día mayor tonalidad. Su madre preocupada y pensando que la joven estaba anémica, no dejaba de darle gran cantidad de vitaminas. Pero la realidad era que Luisa no embonaba en su entorno, despertada cada mañana sin fuerzas… sin alegría. Paseaba por los pasillos de su casa con aquel blusón para dormir como un alma en pena; cada día le costaba más dar bocado a la comida, pues la encontraba insípida. Y por las noches giraba de lado a lado, con lágrimas en los ojos. <<¡Quiero salir de aquí!, todo es culpa de mi estúpida hermana>>, pensaba.

Las penumbras cubrían no solo el día a día de la joven, pues en sueños no podía dejar de ver la muerte de su hermana, de la que había sido el testigo accidental. Recordaba como esa tarde ella se columpiaba, sintiendo el viento colarse por los huecos entre sus cabellos, haciendo que estos se agitaran. De pronto vio como un hombre de cabellos enmarañados y grasientos se acercaba en dirección a su hermana, quien estaba tumbada bajo un árbol, disfrutando de aquel libro que le había regalado esa mañana su padre. El hombre con un aspecto fúnebre, la observaba con detenimiento, ella no se había percatado. De repente cuando ella lo observó, una sombra la cubrió, debilitándola, haciendo que ella se desmayara. Luisa se bajó con rapidez y torpeza del columpio, raspándose la rodilla. <<¡Victoria!>> gritaba Luisa desesperada mientras corría en dirección a su hermana. El hombre al ver como la joven corría en dirección a él y a su víctima, se alejó, desvaneciéndose entre las sombras de la maleza.

Victoria, quien era mayor y más hermosa, estaba tendida. Sus cabellos pelirrojos perdían su pigmentación, convirtiéndose en cabellos castaños y posteriormente negros; los labios rojos, así como los rosados pómulos, se emblanquecieron. Cuando Luisa llegó a donde ella estaba, podía ver como el aliento de su hermana, se debilitaba, y los ojos se encontraban cerrados <<¡Vicky!>>, exclamó ella con ternura, la joven abrió los ojos; Luisa sintió como algo por dentro la oprimía, se sentía aterrada, su hermana lo percibía, cerró los ojos y apretó con las escasas fuerzas que le quedaban la mano de aquella joven que le suplicaba que fuera valiente y resistiera; lanzó su último suspiro.

Nadie había entendido lo que había pasado con Victoria, su muerte había sido algo nunca antes visto, así como extraño. Algunos aludían su deceso al veneno de algún animal, otros susurraban que era obra de la hechicería. Pero nadie creyó en la versión de Luisa, aquel hombre oscuro jamás había existido. Pero Luisa sabía que en su interior llevaba un poco de lo que había matado a su hermana, y era lo que la debilitaba día con día.

Ese día frente a la lápida de su hermana, y con la mirada perdida, sintió como su fin se acercaba. La sangre en su cuerpo se enfriaba conforme pasaban los segundos. Era hora de partir a casa, ella caminaba atrás del resto de su familia, débil, sin ánimos. Hasta que ese ruido apareció, esa sombra había aparecido de nuevo; el hombre de cabellos grasientos estaba frente a ella, con ese alborotado cabello, piel blanca y fría, pómulos huesudos y largos, pero sobretodo… esos letales ojos, a los que le regaló su último suspiro.


 
 
 

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