Charly
- Janeth Quintero
- 22 oct 2018
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 23 oct 2018
Tardé mucho tiempo en comprender algunas cosas, creo que varias de las decisiones que tomé a lo largo de mi vida no fueron las más acertadas… muchas estaban ligadas a ti, y puede que quizá fue lo mejor, pues soy fiel creyente de que todo pasa por algo y para algún fin.
Te voy a contar una historia, no es la típica a la cual estás acostumbrado. No iniciará con los gritos estrambóticos que daba mi madre cuando estaba a punto de dar a luz, tampoco es una historia que tenga algún villano. Sé que te hará llorar, pensar, y recordar momentos de tu vida, es una que padecerás hasta el último momento.
Era un día soleado, de aquellos que dejan colar la luz de sol entre las ramas de los árboles para proyectar en el suelo figurillas, las cuales yo adoraba intentar aplastar, era una de las cosas por las que amaba ir al parque y me perdía contemplándolas. Una ocasión un niño mugriento aplastó con toda intención mi mano, y no te voy a negar, me dolió bastante. Al levantar el rostro, debido a los rayos de sol, que me entraba a los ojos con trabajo pude ver la silueta a contraluz de aquel maleante ser que se echó a correr; yo en cambio grité tanto que hizo que mi madre alarmada se acercara para ver lo ocurrido. Solo podía ver la sonrisa perversa y llena de satisfacción de aquel diablillo, hizo que me sintiera furiosa, por lo que me escapé de los brazos de mi madre y corrí en su dirección preparando mi perna para soltarle una fuerte patada y posteriormente tomar su mano y morderle. Solo pude ver como al soltarle quedó marcada mi dentadura chimuela en su piel. Él gritó y trató de morderme también, pero nuestras madres nos lograron separar, reprimiéndonos y posteriormente nos obligaron a pedirnos una disculpa, y lo hicimos, aunque no sintiéramos que teníamos que hacerlo.
Ese pequeño diablillo… ¡eras tú!
Nuestras madres a partir de ese momento se convirtieron en amigas, eso involucraba desayunos, comidas, salidas a parques y desde luego a vernos constantemente… ¡todo el tiempo peleábamos!, pero poco a poco fuimos cediendo y terminamos por ser inseparables. No quiero pensar en los constantes disgustos o sustos que les dábamos a nuestros padres por las travesuras que hacíamos, o por nuestras expediciones por el vecindario en el que íbamos en búsqueda de alguna casa fantasma, <<¡que, por cierto, eras muy miedoso!>>, nos desaparecíamos hasta altas horas de la noche y a nuestro retorno nos imaginaban secuestrados, perdidos, sin órganos o con alguna desventura.
Cada día fuiste más importante en mi vida. No puedo olvidar que ambos nos dimos nuestro primer beso, sí ese día en el que vimos “Cinema Paradisso” en mi casa, nos dejamos de hablar por varios días, hasta que se nos olvidó lo ocurrido e hicimos como si nunca hubiera pasado.
No tolerabas a mis novios, y yo a tus novias, aunque debes de reconocer que yo tenía mis razones bien fundamentadas: por lo general eran niñas creídas, aburridas, y con miedo a todo lo que se moviera a su alrededor, te convertían en alguien soso y te alejaban todo el tiempo de mí.
Después te mudaste a esa hermosa casa que tu padre estuvo construyendo por años, estabas muy emocionado porque ibas a tener una habitación más grande, y otro sitio, ese que tenía la ventana redonda y en el que podías pasar todas las tardes explorando el cielo con tu telescopio… para mí fue doloroso por la distancia a la que se encontraba. No podía imaginar otro día de escuela sin ti, con el tiempo aprendí a superarlo, y también a verte menos. Aunque siempre nos mantuvimos de alguna forma en contacto a través de cartas, correos electrónicos, videollamadas, largas llamadas por teléfono, y alguna que otra salida a alguna plaza, cine, museo, o parque de diversiones… yo no dejaba de extrañarte.
Aún recuerdo la calidez de los abrazos que nos dábamos cuando inventábamos historias recostados en el pasto mientras observábamos el cielo, o la primera vez que me dijiste con toda naturalidad: ¡te amo!
Creo que tuvimos una increíble juventud, las calles de la ciudad atestiguaron nuestras carcajadas, los bailes improvisados que llegábamos a hacer, los besos debajo de los arcos de las puertas antiguas, ese amor tan único que llegamos a construir, pero al cual nunca le pusimos una etiqueta.
Siempre me gustó que fueras la persona de mis primeras veces, como cuando saltamos del paracaídas, o comimos juntos aquella brocheta de alacrán, nuestro viaje de mochilazo al extranjero, y también la primera vez que tuve sexo; no puedo olvidar ninguna de las caras amargadas de las recepcionistas de los hoteles que visitamos. ¡Ah, aquellos bellos recuerdos!, no dejo de pensar en los buenos líos en los que nos metimos.
Pero no todo en nuestra historia fue felicidad, al menos no en cuanto al amor. Estábamos destinados a estar juntos para toda la vida, pero siguiendo el camino que llevábamos no lo íbamos a conseguir, cada uno esperaba cosas diferentes. Nuestras aventuras fueron siendo menores, pero cuando las había eran interesantes, hasta que simplemente dejaron de existir y en su lugar se convirtieron en salidas de amigos que iban a salir con sus respectivas parejas, siempre la pasé muy bien, recordábamos constantemente los primeros años de nuestra amistad, pero siempre sabíamos que había una historia que no podía ser contada, una en la que abrazábamos nuestras almas.
¡Ay!... ¡cómo olvidar el día en el que me diste la noticia de tu boda!... ¿sabes que al llegar a mi casa lloré por varios días? Me costó mucho trabajo asimilar que mi vida no podía estar ligada a la tuya de otra manera. Pero eso no fue impedimento para que acudiera a la boda de mi mejor amigo, pero recuerdo que mi vestido fue negro, elegante, hermoso, pero negro… me negué a ser dama.
El tiempo pasó, y tuviste unos hermosos hijos a los que cada día llegué a querer más. Yo seguía sin encontrar a alguien que fuera mejor que tú, que se te acercara y pudiera complementarme de la manera que lo hacías. No buscaba alguien igual a ti, pero sí que pudiera hacerme sentir todo lo que tú me hiciste sentir a lo largo de todos esos años.
El día que me llamaste de madrugada para decirme que tu esposa había fallecido, no pude imaginar el dolor tan grande que sentiste; los años y su salud habían hecho que ella se debilitara. Sabía perfectamente cuanto la amabas, y estuve en cada momento apoyándote ante aquel dolor, siendo mi hombro el consuelo de tu sufrimiento, hasta que decidiste irte a vivir cerca de tu hijo.
Hoy de nuevo nos vamos a ver, solo espero el momento a que entres por la puerta… te espero ansiosamente, tengo puestas mis mejores prendas, se han encargado de ponerme un maquillaje sutil pero lindo para que luzcan mis facciones. He soñado con estar de nuevo contigo por lo menos un momento.
Por fin estás aquí, traes en tus manos un ramo de flores, me ves con mucho detenimiento y te acercas tímidamente. Traes una linda boina, la cual cubre tu ya blanca cabellera, tus ojos se comienzan a cristalizar conforme avanzas en mi dirección; las lágrimas escurren a través de las arrugas en tu rostro. Me observas fijamente y dejas a un lado las flores, te acercas a mí y con tu voz quebrada pronuncias un: <<¡te amo, siempre te he amado… a mi manera… pero te he amado!>>.
Puedo sentir tu dolor, quisiera poder abrazarte y decirte que todo estará bien, que siempre estuviste para mí, que fuiste mi mejor amigo, y que siempre estaré cuidando de ti, aunque ya esté muerta, porque... ¡te amo!
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